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miércoles, julio 31, 2013

Joan B. Culla deja en su sitio al renegado y no integrado de Gregorio Morán.

Por fin ha llegado el momento en que los catalanes respondan los ataques:

ARTÍCULO DE JOAN B. CULLA:

Hace un par de meses, aquí mismo y en contenida respuesta a los insultos que él me había dedicado, califiqué Gregorio Morán de "personaje que lleva décadas viviendo en Cataluña con mentalidad y actitud de funcionario colonial resentido". Seguramente, la descripción no estaba suficientemente argumentada y, visto que el tal Morán ha continuado profiriendo improperios, me permitiré abusar de la paciencia de los lectores haciendo un retrato un poco más extenso de dicho individuo.

Para entenderlo, puede ser muy útil la analogía con don Luis Martínez de Galinsoga. Fascista irredento, admirador de Hitler, panegirista de Franco, Galinsoga fue durante dos décadas (1939-1960) el todopoderoso director de La Vanguardia Española, pero nunca se encontró cómodo en Barcelona: siempre se sintió desterrado en una antipática colonia cuando él habría querido dirigir un diario o un ministerio en la metrópoli madrileña, siempre se vio rodeado de provincianos díscolos y burros, cuando se creía con méritos suficientes para formar parte de la corte de El Pardo. Por ello, finalmente, un día le estalló la vejiga del resentimiento y dijo aquello de "Todos los catalanes son una mierda".

Gregorio Morán no es un fascista, pero proviene de otro dogma igual de totalitario, el comunismo, y si se instaló en Barcelona fue, sencillamente, porque no encontró una oportunidad mejor de hacerlo en Madrid. En todo caso, y después de 45 años de residencia, su desprecio por la lengua y la identidad catalanas ("Me pilla muy mayor eso de 'integrarme', no por nada especial, sino Porque no entiendo dónde deberia HACERLO , ni por qué ") resultan tan evidentes como los de Galinsoga, aunque -él es más astuto- no los exprese con las mismas alusiones escatológicas.

Al igual que el autor de Centinela de Occidente, pues, el articulista Morán se sitúa siempre en una posición de superioridad. Superioridad cultural derivada de expresarse exclusivamente en castellano, en la lengua del imperio, la del verdadero poder. Superioridad moral, ya que de acuerdo con sus esquemas enfermizos todos los que no piensan como él son unos miserables, unos mercenarios, unos esbirros, unos sinvergüenzas, etcétera. Y, sobre todo, superioridad intelectual: a su juicio, España y aún más Catalunya están pobladas de políticos estúpidos, periodistas ignorantes, universitarios analfabetos ... Él y sólo él es el maestro en el erial, para utilizar el título de la biografía de Ortega y Gasset que publicó en 1998.

Gregorio Morán excreta odio.
Sin embargo, y paradójicamente, el destino ha querido que un personaje con estas ínfulas, que el columnista pretendidamente más corrosivo, temido de la prensa catalana, se haya de ganar las algarrobas desde hace 25 años gracias a la cabecera más bienpensante del país, en la nómina del diario que representa, mejor que ningún otro, todo aquel establishment político, social, económico y cultural, todas aquellas convenciones e intereses contra los que figura que Gregorio Morán dispara cada sábado con balas explosivas. Y bien, ¿cómo ha resuelto nuestro héroe esta contradicción? ¿Cómo se lo ha hecho para sobrevivir a cambios de coyuntura política y de director, sin más que alguna leve rasguño?
Pues lo ha hecho a base de mucha cobardía. Desde que, en 1988, empezó a publicar sus sabatinas en La Vanguardia, el terrible, el insobornable Morán ha tenido claros cuáles eran los límites, ha sabido que no podía morder la mano del patrón que le pone el plato en la mesa, ni las de sus amigos, ni las de sus protegidos. Pondré un ejemplo casi anecdótico: una de las obsesiones patológicas de este sujeto es la fobia contra el Estado de Israel y todo lo relacionado, una fobia que me ha hecho merecedor de las más rocambolescas acusaciones por parte suya. Ah, pero el feroz antisionista ha cuidado bien con no chocar nunca con la línea informativa y editorial del diario de los Godó, que es- y lo digo como un elogio- el más filoisraelià de los quioscos peninsulares.

Un cobarde con aires de matón: esto es Gregorio Morán. Explicamos a un par de hazañas. Peleado como está con casi todo el mundo, también tenía viejos agravios pendientes con el periodista madrileño Eduardo Haro Tecglen, pero, por cobro, esperó que Haro se muriera. Diez días después del deceso, le dedicó uno de sus artículos semanales (Evocación sarcástica del impostor, La Vanguardia, 29/10/2005), en el que le insultaba de la manera más baja (le atribuía "cinismo", "impostura", "vilezas", "infamia", "desvergüenza" ...) y llegaba a culparle de la muerte, por suicidio o drogas, de cuatro de los seis hijos que tuvo. Haro Tecglen, claro, ya no se podía defender. De la misma categoría ética son las declaraciones que Morán hizo semanas atrás en un medio digital barcelonés y en las que, por descalificarme, se escondía detrás de los supuestos juicios que, sobre mí, habría formulado privadamente el periodista Xavier Batalla, desaparecido el pasado mes de diciembre. Los muertos no pueden hablar.
Los vivos sí. Y no nos impresionan ni pinchos, ni pequeños Galinsoga.

Pues eso, el gran Culla deja en su sito al miserable de Gregorio Morán que, con la independencia, espero que lo echen de Catalunya.

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