El origen de nuestros males.

Artículo de José Antonio Bueno publicado en El periódico

Ahora que todo apunta al inicio de la recuperación, que será lenta, frágil y no exenta de sobresaltos, no es mal momento para analizar las causas de la crisis con el objetivo de tratar de evitar caer en los mismos errores. El origen no está en las hipotecas subprime americanas o en la quiebra de Lehman Brothers, ni siquiera en los recortes impuestos desde Berlín. El origen está entre nosotros, en nuestra cultura y en nuestros valores, por lo que prevenir la recaída no será fácil.

El detonante de la crisis fue primero la falta de liquidez global y luego la imposición de austeridad desde fuera de nuestras fronteras, pero el germen lo creamos y alimentamos nosotros con un crecimiento desequilibrado. Lo de menos es el detonante, pues hubiésemos descarrilado antes o después.

ESTAMOS DONDE estamos por empeñarnos en usar los fondos de cohesión en construir rotondas, AVE, aeropuertos, centros de exposiciones... ladrillo público que llamó al ladrillo privado, animado por el crecimiento de la población y una riqueza que no se materializó. Por aceptar inmigración de mano de obra no cualificada en lugar de atraer profesionales cualificados. Por ignorar -cuando no fomentar- el fracaso escolar animando a chavales de 16 años a ir a la obra en lugar de seguir formándose. Por dar por bueno que todo el mundo podría pagarse una hipoteca, un coche (o dos o tres) y hasta unas vacaciones a crédito en el Caribe. Por aceptar -cuando no facilitar- la economía sumergida. Y en definitiva, por estirar el brazo más que la manga.

Culpables lo fuimos todos por acción y por omisión. Como lo fue el sistema financiero en su conjunto, cómplice necesario de un crecimiento basado en el crédito fácil, y muy especialmente las entidades que han ido cayendo como consecuencia de su mala gestión, así como los políticos que no supieron, o no quisieron, pinchar una burbuja que cuanto más tarde explotase más daño haría.

El resultado es palpable, un Estado del bienestar en descomposición, desempleo insoportable, emigrantes que se marchan y españoles que tienen que emigrar, todo para ajustar un cuadro económico que permita volver a pensar en el crecimiento.

Pero además de la injusticia del desequilibrio entre quienes más penan ahora frente a quienes más se beneficiaron de los desmanes, es muy probable que volvamos a las andadas. Se ha mejorado la competitividad por ajustes salariales, pero poco más. Uno de los recortes más intensos y a la vez más dañinos es el de I+D. Solo invertimos cuando nos sobra el dinero, y ese es un error garrafal. Sirva como contraejemplo recordar que uno de los motores de la investigación alemana, la Fraunhofer Gesellschaft (66 instituciones con 22.000 investigadores), se fundó en 1949, en plena posguerra. Alemania sí sabe distinguir entre lo urgente y lo importante.

NUESTRA incipiente recuperación se basa en un incremento de las exportaciones por haber logrado una devaluación interna, se vuelven a atraer inversiones extranjeras por ser un país barato, el incremento del turismo se debe en gran medida a la inestabilidad de los países árabes y aparecen proyectos emblemáticos (Eurovegas, BCN World, Juegos Olímpicos de Madrid y/o Barcelona) que supuestamente acelerarán la recuperación por el resurgir del ladrillo. España y todas sus comunidades autónomas sin excepción solo siguen ofreciendo un posicionamiento basado en mantener buenos costes dentro de la Unión Europea y la eurozona.

NUESTRA CLASE política anda despistada y a la defensiva frente a los casos de corrupción que se posibilitaron en la época de vacas gordas y los ciudadanos estamos más en reclamar nuestros derechos que en pensar en nuestras obligaciones. No es viable pasar de la noche a la mañana de ser un país de albañiles y camareros a aspirar a que todo el mundo sea doctor en astrofísica.

Pero la educación y la innovación deben dejar de ser armas arrojadizas entre los políticos, y las estructuras del Estado deben estar pensadas para la prosperidad de los ciudadanos y no para la propaganda política. No podemos seguir derrochando el dinero con tantos defensores del pueblo, tantas televisiones públicas y, sobre todo, capas y capas de una Administración que cada vez se aleja más del servicio a la ciudadanía.

Debemos alegrarnos de que técnicamente saldremos pronto de la recesión, pero deberíamos también ocuparnos en cambiar los valores dominantes en nuestra sociedad.