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martes, junio 04, 2013

Duelo en la baja cloaca: Jiménez Losantos vs. Ussía.

Ussía insinua que Jiménez Losantos podría estar pasando por problemas económicos...*



Si fueran caballeros se batirían en duelo...

Primero Ussía se quejaba de las tertulias sin nombrar al enano maño.


Luego, Federico Jiménez Losantos le dio la contrarréplica en El Mundo bajo el título de La jauría y la rehala:
El lunes, mi viejo amigo Alfonso Ussía, tras evocar las checas del Frente Popular y los juicios sumarísimos de los vencedores de la Guerra Civil, escribía en La Razón: «En la actualidad los juzgadores son algunos medios de comunicación, las tertulias inadmisibles de determinadas cadenas de televisión y las redes sociales que se nutren de esas presumibles informaciones. Pueden estar satisfechos. No le conceden ni la presunción de inocencia. La Infanta Cristina ya ha sido condenada». De creer a Ussía, a la Infanta la han asesinado como a Muñoz Seca, su desternillante abuelo, al que nadie pilló robando. Le tranquilizo: vive.
Tras repasar algunas de las frases de Ussía, añade:
Como no oye la radio, Alfonso no se entera de que ladrar no es opinar; que, para mordidas, la Zarzuela; para jauría, la rehala cuyo aliento siente en la nuca el juez; y que las españolas, casadas o no, que están en consejos de sociedades que delinquen son tan imputadas como los españoles, mientras firmen las cuentas y no rija la sharia. Está imputada la esposa de Torres. ¿Por qué no la de Urdangarin, dueña al 50% de Aizoon? ¿Para garantizar la unidad de España?
Y concluye, incluyendo una despedida que copia la de su replicado:
Y el párrafo mejor es éste: «Doña Cristina está empeñada en no abandonar a un golfo. Es su golfo. Y ese empecinamiento la honra». No puede decirse lo mismo de ese razonamiento. Pero quedas perdonado, Alfonso.

Y el facha anticatalán de Ussía responde: 


Estoy donde estuve y donde estaré. Me han llamado decenas de personas esta mañana para decirme que Federico Jiménez Losantos me ha puesto a parir por el artículo en defensa de la Infanta Cristina. No puedo responderle punto por punto porque no oigo la radio. No tengo esa costumbre. La he hecho durante decenios, y sólo formo parte de la audiencia radiofónica cuando estoy en un estudio. Además, que conozco a Federico y me consta que es un buen hombre, con el que felizmente he colaborado cuando trabajaba en la COPE. Me siento afortunado con mi pasado radiofónico. Manuel Martín Ferrand, Luis Del Olmo, Carlos Herrera, Federico Jiménez Losantos y Ernesto Sáenz de Buruaga. De todos guardo formidables recuerdos, y un efímero estallido de iracundia no es suficiente para perder un amigo.

Sé dónde estoy y dónde estaré. Quizá esa seguridad en la ubicación es lo que me distingue con más aristas de Federico. Por poner un ejemplo. Me consta que me ha puesto a caer de un burro, pero ignoro en qué medio, o en qué programa, si en el suyo o en Intereconomía. Me duele, conociéndolo, que haya terminado apoyando una empresa a cuyo principal accionista concedía, años atrás, un escaso valor.

Sucede con frecuencia cuando los grandes comunicadores, y Federico lo es sin ningún género de dudas, creen que pueden ser también poderosos empresarios. Gracias al profundo conocimiento que tengo de mi persona, mi supervivencia se establece en las colaboraciones. No soy un emprendedor.

*Y le deseo, de corazón, que supere todas las dificultades.

Federico Jiménez Losantos es un poderosísimo comunicador. Sabe de Literatura española como pocos. Surgió de los fríos pobres y desolados de un pueblo de Teruel. Militó en la izquierda extrema.
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 Fue fundamental en el éxito de «Diario 16» como mano –ya derecha– de Pedro J. Ramírez y es columnista fundador del diario «El Mundo». Pero su éxito está en la radio, que aprendió junto a Antonio y Luis Herrero, y que domina con su gran brillantez y su capacidad para transformar, a primeras horas de la mañana, a un hipotenso en un hipertenso al borde del patatús. He estado dos años con él en el estudio y doy fe de ello.
Pero tiene sus obsesiones y sus intereses. No oculta lo que odia, y considera un agravio lo que no encaja en sus esquemas y sus atrabiliarios excesos verbales. Por eso es temido, amado, defendido, combatido y odiado. Por mi parte siempre le dejé muy claro que no aceptaría en mi presencia insultos gratuitos al Rey.
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