Minucioso acoso y derribo: este Gobierno ha decidido que a Catalunya no le va a dar ni pan, ni agua
Una de las cuestiones que causan más perplejidad entre los sectores menos dados a la aventura rupturista, es la falta total de empatía que encuentran en el Gobierno español. Es decir, muchos pensaron que después de los resultados electorales, Rajoy desplegaría la estrategia del abrazo del oso, con la intención de convencer y seducir. "La mejor forma de parar todo este lío", me decía un político federalista, "es que ahora nos cuiden un poco". Pero como expresan en castizo, va a ser que no, y la reacción no sólo no ha abierto corrientes de diálogo, sino que ha sido minuciosa en el acoso y derribo. Este Gobierno ha decidido que a Catalunya no le va a dar ni pan, ni agua. Y lo ha hecho en todos los flancos, en el cultural, en el económico y en el político, no se sabe si por castigo a los irreductibles galos, o por puro afán de venganza. Personalmente creo que no es ni lo uno, ni lo otro, sino algo más inteligente y más perverso. Creo sinceramente que hay una estrategia deliberada de tensar la cuerda al máximo, con la convicción de que cuanto más deteriorada esté la relación entre ambos, más justificadas estarán las reacciones españoles a cualquier veleidad catalana. El viejo "cuanto peor, mejor", que tantas veces se ha usado para rematar problemas, sin resolverlos. Un reconocido periodista de Madrid, sector línea dura, me lo dijo cuando le planteé la cuestión: "¿Por qué tenemos que abrir puentes de diálogo, si no tenemos nada qué pactar?". Y cuando mi perorata sobre los verbos del consenso, dialogar, pactar, hablar, etcétera, se hizo demasiado insufrible, me espetó sin complejos: "Mira, Pilar, no habéis entendido nada. Nosotros no resolvemos el problema catalán. Nosotros hemos aprendido a aguantarlo. Y cuanto más tiréis de la cuerda, más os ahogaremos". Se agradece tanta sinceridad.
Por supuesto, no estoy en la cocina de la FAES para saber si existe esta estrategia o lo que está ocurriendo es pura y burda improvisación. Pero parece claro que con un Estado en plena deriva económica y sin ninguna tradición de pacto entre naciones, la tentación de complicar las cosas hasta el ahogo para que se imposibilite cualquier opción que no sea la represiva, puede ser muy fuerte. Y cuando hablo de represiva me refiero a lo que está ocurriendo: llevar las medidas del Govern para recaudar recursos al Constitucional, no pagar las deudas, exigir unos pagos imposibles, cabrear con el idioma, meter la mano en la educación, romper acuerdos... ¿qué es todo esto, sino el uso de los recursos del Estado para castigar a quienes han osado retarlo? Si, por tanto, es lo que parece, estaríamos ante una situación que sólo puede degradarse. Y no sólo por los artífices de esta estrategia del martillo, sino por el silencio de los que no la comparten. España está viviendo una crisis total, también democrática. Y en tiempos así, lo peor es lo mejor para algunos.
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